
EL NIÑO ASTRONAUTA
Al niño le gustaba estudiar, leer mucho. Quería conocer de todo, para algún día ser científico, deseaba ser astronauta. Cuando creciera debía saber matemática, geometría, mediciones a la perfección, cálculo, vectores, ángulos, el cuidado del planeta, cómo funcionan los nuevos materiales, cómo se mueven las hormigas y en general, debía saber de todas las ciencias.
Le llamaban la atención la oscuridad de la noche, el titilar de las estrellas en el cielo y señalar los planetas a simple vista. Llenaba sus noches de sueño con mágicas naves que recorrían enormes distancias entre las galaxias y que escondía entre los cráteres de la luna.
Un buen día, cuando el niño iba por un centro comercial, vio un bonito telescopio que le llamó mucho la atención, lo había visto por la televisión en un canal de otro país. Entonces le solicitó a su papá comprarlo, no estaba muy seguro de que estuviera a su alcance, pero sabía que haría todo lo posible por adquirirlo.
Varios días después cuando regresaba del colegio, encontró en su cuarto una caja grande, vio en el exterior el dibujo del telescopio. Emocionado la abrió e inició a unir cada una de las piezas según lo indicaba un manual de instrucciones, muy contento dio gracias por aquel regalo.
Al niño, cuando era más niño, le gustaba ver la luna llena, le llamaba la atención ese gran disco radiante y luminoso. Pensaba en los cuentos que la describen como un inmenso pedazo de queso y la apreciación de los primeros hombres que dibujaban el gran conejo que se distingue entre sus sombras. Conocía de la costumbre milenaria en la cultura China que obliga a intercambiar entre las familias pasteles redondos con la imagen de la liebre de la luna llena, con el objeto de obtener buena suerte.
Había leído que el astro ha sido bastante estudiado y que la ciencia sabe bastante bien qué y cómo y que en realidad es muy parecida a la tierra que pisamos, pero también muy diferente. Puesto que hace algún tiempo fueron hasta allá unos hombres con modernos instrumentos y la analizaron bastante y gracias a todos esos difíciles viajes, conocemos mucho de ella y del espacio.
Su papá le dijo que había visitado el planetario de la capital y divisado unos pedazos de roca lunar recogidos en el Mar de
También su padre le dijo que se encuentran pequeños fragmentos de roca lunar proveniente del Valle de Taurus y otra pequeña Bandera Nacional que había viajado en la misión Apolo 17 entre el 7 y el 17 de diciembre de 1972, estos elementos fueron regalados al gobierno posteriormente. Se prometió entonces que iría algún día a conocer estos históricos elementos.
Al niño le gustaba ir al colegio por que cada día aprendía nuevas cosas. Le encantaban sobre todo las clases de ciencias, éstas le decían cómo funcionaba la naturaleza y cosas que a él le interesaban. Su padre le había regalado una colección de videos de Física y Cosmos para Niños, con los cuales aprendió muchas cosas y en efecto, allí le proponían varios experimentos que podía realizar con facilidad y así lo hizo.
Sus series de televisión preferidas, eran las de los canales de ciencia. Allí veía cosas que le parecían interesantes sobre el planeta y las distintas formas de vida, sobre los astros y las hazañas del hombre; prefería estos programas a los triviales muñequitos peleadores que nada le enseñaban y para los cuales había más canales y más tiempo. Muchas de las respuestas que le resolvía la televisión, le generaba a su vez un montón de preguntas que siempre procuraba resolver con los adultos y sobre todo consultando a los ancianos.
El niño pensaba ser astronauta, se llamó a sí mismo y en secreto, el niño astronauta. En sus ratos de juego se imaginaba con su vestido espacial abordo de naves interplanetarias y lo entretenían muñequitos de goma, que simulaban viajeros espaciales y cohetes de lata y de cartón con los que dirigía guerras intergalácticas.
Cuando ponía los pies en la tierra pensaba que podía tener sus propias verdades, al fin y al cabo nadie podía estar seguro de poder tener la verdad verdadera. Investigaría el cosmos por su propia cuenta y riesgo, le interesaba indagar por el espacio, mirar las estrellas, descubrir nuevos mundos. Por andar en esos andares, gustaba de preguntar mucho y hacía preguntas de las preguntas y más preguntas de las respuestas.
El niño había leído en una revista que cuando de la naturaleza se trata, los llamados científicos presumen de poseer la verdad con ellos, pero justo cuando menos lo esperan, aparece un revolcón que contradice todo. Así fue cuando millares de personas murieron creyendo que arriba había un cielo y abajo el abismo de la tierra; en la teoría de los planetas girando alrededor de la tierra, en las estrellas fijas; teorías en las cuales la humanidad creyó durante muchos siglos.
Y que así sigue siendo con teorías como la de la velocidad constante en la luz, aunque vigente, hoy sigue revalidándose para que todas nuestras leyes físicas no se derrumben en la nada. Sencillamente se demuestra que la ciencia es una pertenencia social y no propiedad individual o de grupos selectos, todo conocimiento procede irremediablemente de otros conocimientos. Así en la realidad unos cuantos hombres se apropien y usufructúen los beneficios prácticos y la gran mayoría de ellos no tengan acceso a esos beneficios.
También decía el texto que las verdades se reglan según intereses de unos pocos con poder a cuestas, que validan las demostraciones de leyes que rigen la naturaleza. Es el objetivo de la ciencia buscar esas leyes, las cuales son en realidad códigos compartidos, principios teóricos que se dan como hechos, mediante métodos que también son códigos comunes. Pero cuando esos códigos pierden validez se transforman en otras teorías, en otras leyes.
Que así debe ser, se trata de propiciar un mejoramiento continuo, un progreso permanente, a través de la decodificación de los ciclos en los comportamientos de la naturaleza, lo que nos ha conllevado a un acelerado desarrollo tecnológico, a la construcción de sofisticados instrumentos, que permite el mejoramiento en la calidad de vida de las personas.
Para el niño un pensamiento muy distinto, es el que compromete otra gran verdad compartida por muchos pero que él no comprendía, que somos los preferidos en la creación de un Dios que está en los cielos, pero, por más que enfoca con su telescopio a los distintos ángulos de las alturas, no lo ve y no encuentra el más mínimo indicio de su presencia.
Con algún esfuerzo logró ahorrar algún dinero para comprar figuras fluorescentes con las cuales decoró el techo de su habitación. Simulaban, cuando apagaba la luz, tener muy cerca toda la bóveda celeste, la luna, las estrellas, los planetas.
Así que frecuentemente se dormía en medio de pensamientos sobre los astros del firmamento y haciéndose las preguntas que se habían hecho todos los hombres de todos los tiempos, y sobre los saltos que ha implicado a la humanidad las aspiraciones a resolverlas.
Estaba seguro que no todas esas preguntas se habían resuelto, que no todo estaba descubierto y que un buen día descubriría algo novedoso y de suma importancia para la humanidad. Se obnubiló con las enormes distancias del cosmos, hacia allá enfocó sus lentes, cambió oculares, madrugó, auscultó en la oscuridad de la noche, armó y desarmó su telescopio.
Pensó en voz alta que la ciencia en realidad no tiene nada de compleja, en sus preguntas y sus respuestas estaba la clave. El asombro, la observación, el detalle y la continuidad mostraban los caminos. Algunos le llamaban madurez mental, constituyente básico para el pensamiento científico y que en realidad no tiene que ver con los años de la edad, sólo se trataba de una minuciosa observación de la naturaleza y de los fenómenos que en ella suceden.
Cuando estuvo en capacidad de tomar un autobús por su propia cuenta, el niño se inscribió en un Club de Ciencias y Astronomía. Aprendió cómo se incrustan los colores a las bolitas de cristal, cómo influye la capa de ozono sobre la vida en la tierra, cómo se mueven en el cielo los planetas y cómo la aspiración del hombre de viajar por las estrellas se convirtió en los cohetes destructivos de las guerras. Se admiró de las manchas solares y de las millares de estrellas que existen en cada una de las millares de galaxias.
Reflexionó sobre la existencia de vida en planetas de otros sistemas solares, sólo como probabilidad matemática; posibilidad que le da origen a historias sobre naves extraterrestres y marcianos malvados que pretenden apoderarse de la tierra, seres superinteligentes que viajan entre las galaxias, y otras tantas historias de la fantasía humana.
Estas generaciones acostumbran a hablar de nueve planetas que giran alrededor del sol y que constituyen el sistema solar. Todos ellos tienen nombres de personajes de la mitología antigua, en realidad existe entre los astrónomos una gran tendencia a colocarle a los objetos celestes nombre de personajes mitológicos. Desde los cometas, asteroides, estrellas y planetas, hasta las agrupaciones imaginarias que unen estrellas para constituir las constelaciones.
Sabía que ello provenía del culto de los primeros hombres a los objetos naturales, lo cual dio origen a las ricas historias de los mitos y leyendas de nuestras culturas. Así que el niño leyó muchos textos sobre Mercurio, el gran mensajero de los dioses, sobre Marte, su ferocidad y valentía en la guerra y en general sobre muchos dioses que ahora recordamos por los nombres de los planetas y de los grupos de estrellas.
Había escuchado sobre los estudios de cuerpos más allá del helado Plutón, y sobre la posibilidad de encontrar otros planetas en esos confines, por lo menos un décimo planeta. Estos cuerpos por su enorme distancia del sol describen orbitas bastante elípticas, con un afelio tan pronunciado que duran centenares de años terrestres en dar una vuelta muy cortos períodos.
Durante varios días se vio al niño, desde iniciada la noche y hasta altas horas de la madrugada, entusiasmado mirando con su telescopio por el espacio profundo, en busca de un décimo planeta. Por el Internet y con su Club de Ciencias, había creado una red que buscaba el hipotético astro.
Una noche del verano decembrino, cuando en las medias latitudes, los cielos están más despejados; el niño enfocó su telescopio hacia la constelación de Orión, el Gran Cazador; y justo entre Betelgese y Mitaka, encontró un cuerpo celeste extraño, no registrado en los distintos catálogos existentes. Durante varios días analizó el objeto, lo siguió por los cielos, activó la red y llamó a sus socios en distintos lugares del planeta y se produjo la gran noticia.
Lo había encontrado, era Sedna, un décimo planeta. Logró fotografiarlo, la astrofotografía era uno de sus pasatiempos preferidos. La noticia apareció en los más importantes periódicos del mundo, dio declaraciones para prestigiosos canales de televisión, los periodistas lo perseguían para entrevistarlo, se volvió famoso y grande en un instante.
Carlos tomó los binoculares que tenía en las manos, con esta mira no alcanzaba a ver mas allá de las cercanas montañas y algunos de los grandes cráteres de la luna. Se había quedado anonadado y preso de sus deseos en uno de los paseos de exploración que frecuentemente hacía con sus amigos del Club de Ciencias y Astronomía.